JORGE ELIÉCER ORDÓÑEZ


JORGE ELIÉCER ORDÓÑEZ MUÑOZNacido en Cali, 1951. Ha publicado los libros Ciudad Menguante (1991, segunda edición 1996), Vuelta de Campana, Premio del Instituto de Cultura y Bellas Artes de Boyacá, 1994. Brújula Insomne, 1997. Farallones, 2000. El Puente de la luna, antología personal, Universidad del Valle, 2004. Desde el Umbral, poesía colombiana en transición, tomos I (2005) y II, (2009), La Fábula Poética en Giovanni Quessep, Premio Jorge Isaacs en Crítica Literaria, Cali, 1998. Exiliados del Arca, 2009. Palabras Migratorias, 2010, antología personal. La Casa Amarilla, 2011. Manuscrito de Sísifo, V Premio de Poesía, Universidad Industrial de Santander, UIS, 2013. Cuerpos sobre campos de trigo,  XV Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus, 2014. La tarde no cae, obra reunida 2008-2014, Finalista Premio Nacional de Literatura, 2015 del Ministerio de Cultura. En la actualidad mantiene la publicación virtual de la revista rosablindada.net con el colectivo tradicional de Rosa Blindada, en Cali, así como la publicación de libros en Rosa Blindada Ediciones.

(De: Ciudad menguante)

Orígenes
                        No es carta de amor ni elegía
                                            Juan Carlos Onetti

No le digas mentiras a tu ciudad
no le escribas versos melifluos
ni cantatas de saxofón y limonada
Qué bueno que en silencio
pudieras expresarle tu furia y tus querencias
bien puedes imaginar
que su calle más bella empieza en la luna
o en el belfo acezante de la pantera que dormita
pero no puedes sustraerte a la memoria
y aquí empieza   en tu sílaba hirsuta
la ciudad de tus padres
tus amigos y tus fracasos
perdurable y efímera
un poco urbana y un poco primitiva
de neón   tan falso como tu destino                                                   
y de cuchillos clareando en los rincones
como ávidos peces tras tu cuerpo


Las máscaras del juego
La muerte es una sola
la soledad miles de muertes

este silogismo lo conocen
los hurradores del estadio

el hombre se atrinchera en el grito
acomoda su origen
y su respiración en el sordo graderío
poco importa que 22 guerreros
le peguen a un balón
como jugándose la vida:
él está sólo entre fantasmas
siente que las banderas
le remueven el agua
y la pólvora le atraviesa la niñez
como un sable encantado

viene a saber de nada
a guarecerse bajo la piedra
murciélago que en la campana
cuenta y recuenta sus pepas de fastidio

en la casa
ese recinto de anfibios
la mujer plancha camisas lejos de los goles


(De: Vuelta de campana)

Invocación al ángel de madera
Espíritu de la acacia,
ayúdame a quemar estos recuerdos.
amanecí con  el temple bajo
y una música feroz en los costados.
tengo castañuelas en las piernas, duendes
para que dances hasta el alba.
cuánto papel sin oficio,
cuánta bandera de luto en mi ventana.
es la hora de tirarle piedras a los cerrojos
y arrinconar los gatos que gimen en la sombra,
no sea que mañana
cuando la luz deje su veneno en las pupilas,
ella se haya marchado para siempre
como los dinosaurios


Ruleta rusa
Hay puertas que no se abren en años,
son hostiles, en sus nervaduras
cruje un silencio que huele a solitario.
a otras, se les sale el color de la patria
en banderas desteñidas
y una penca de sábila
le arrastra el ala a la vidriosa salamandra.
mi mano se detiene en la mitad del aire
qué tal que me responda el zarpazo de un coyote
o la escopeta de un loco

Una oscura pradera
Los caballos salen de la noche
al principio parecen un solo animal
encendiendo la oscuridad de ojos.
después la luna les acomoda el color
y un poco de tristeza entre los belfos

cae la luz en las arenas
sobre el relincho de las criaturas que ahora vuelan
perseguidas por el eco tardío de sus cascos

no tiene su tiempo felicidad de nada
sólo ijares que muerden,
espuelas atizando los costados
mientras pasan por sus ojos humildes
los caminos, la piedra que se incendia
y las praderas abandonadas por la luna


(De: Brújula insomne)

Saltadoras de lazo
Alguien salta la cuerda
en la mitad del mundo,
purísima obstinación
correteando las máscaras
                                                                                         
hoy el azul
ha vencido a los colores
y el aire alebresta
sus alarmas de risa

Serenateros 
El ocaso se toma la ciudad
comienza el tiempo por sus calles
de fuga y de semáforos

la noche, engendradora
arroja múltiples criaturas

de algún lugar
acordes de un bolero
ráfagas del amor
con un bajo de sirenas

cantores de la calle
un balcón
una ventana
para que vengan a soñar
los hechizados


(De: Cuerpos sobre campos de trigo)

El cuerpo que te amó 
Las ciudades se prometen al que llega
pero no aman a nadie
Eugenio Montejo


I

El cuerpo que te amó, salvaje ciudad de fantasmas y rostros tatuados de asesinos, que fueron tus compañeros de escuela, va de la mano contigo, recorre tus parajes, tus abstrusos laberintos, donde se cuece el día, hecho jirones. En sus calles se mezclan los pregoneros, se enrarece el viento con aromas de incienso y otras yerbas clandestinas. Los hombres representan su papel cotidiano en el claroscuro de la escena, hasta que llega la noche, total y abrazadora, como un calidoscopio que acomoda cada palabra y cada cicatriz bajo el indiferente mercurio de las farolas 

II

Deshabitado, abandonado,
yace tu cuerpo gigantesco
de piedra y de patíbulo,
en tu lomo de ballena,
rémora de todas tus andanzas,
vigía y sacerdote, chamán, palafrenero,
soltando todas tus bestias
a la gran ciudad de los ausentes


III

Al cuerpo que te amó
en los parajes de tu llanura blasfema,
isla contaminada por la peste del día,
animal de mi torre liberado en la noche,
ahora le incumples tus promesas
y viertes tu inmundicia
en la cal descascarada de tus muros



VII

Pasa la ciudad con sus pagodas de fuego, sus cementerios que huelen a rosas apagadas. Una moneda chata. Un vampiro que obsequia papelitos donde se ofrecen caricias y flagelaciones. Avenida de la Infamia con Transversal Silencio. Lluvia menuda se atrinchera en los cuerpos que ahora expelen un olor mixto de ortiga y eucalipto

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Derechos reservados

©Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz

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